E S P I R I T U A L I D A D L I B E R A D O R A
A
la luz del
Documento de Aparecida,
Brasil, 2007.
A partir de un texto de monseñor
Luis Cabrera Herrera, obispo de Guayaquil, febrero de 2017. PR.
Contenido: Identidad de los discípulos–misioneros.
1.
La
experiencia de Jesucristo
2.
La
vivencia comunitaria
3.
La
formación integral
4.
El
compromiso misionero en la Iglesia y la sociedad
Anexo: Documento de Aparecida, n. 226.
El “discipulado y la misión,
dijo el papa Benedicto XVI, son como las dos caras de una misma medalla:
cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al
mundo que sólo Él nos salva” (DA,
Discurso Inaugural, 3). A partir de esta afirmación, el principal desafío es la
necesidad de crear o fortalecer una pedagogía que sea capaz de
formar auténticos discípulos y misioneros.
-
Discípulos
que escuchen con entusiasmo y alegría al Maestro;
-
Misioneros
intrépidos y apasionados para que anuncien el evangelio, con su vida y palabra,
en un mundo marcado por la globalización y los cambios profundos y vertiginosos
en los diversos campos de la vida humana.
El Documento de Aparecida, n. 226, nos presenta cuatro ejes alrededor de los cuales debe girar la evangelización:
La experiencia religiosa, la vivencia comunitaria, la formación
bíblico-doctrinal y el compromiso misionero. Para ello, es necesario contar con
métodos apropiados.
A. LA EXPERIENCIA DE JESUCRISTO
El papa Emérito Benedicto XVI afirma que somos cristianos no por una decisión ética ni por una gran idea, sino por
un encuentro personal con Cristo
(cfr. Deus caritas est, 1). “Esa fue la hermosa experiencia de aquellos
primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de
estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los
trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones”
(DA 244).
Pero, ¿en dónde encontrarlo?
1.
En la Sagrada Escritura.
Cristo está presente en el anuncio gozoso de
la Palabra. De aquí la necesidad de crear o fortalecer las “escuelas” de Biblia
que nos permitan acercarnos a la Palabra no solo de un modo intelectual o
instrumental, sino “con un corazón
hambriento de oír la Palabra del Señor” (DA 248). En este contexto, la Lectio divina, con sus cinco pasos:
lectura, meditación, oración, contemplación y acción, sigue siendo un modo
práctico para entrar en relación con Jesús como Maestro, Mesías e Hijo de Dios.
2.
En las celebraciones litúrgicas
Cristo está presente, de una manera especial,
en la Eucaristía, mediante la cual el discípulo entra en comunión con
su Maestro y se convierte en “fuente
inextinguible del impulso misionero” (DA
251). En el sacramento de la reconciliación, asimismo,
experimentamos su amor, misericordia y perdón; un encuentro que “nos devuelve la alegría y el entusiasmo de
anunciarlo a los demás con corazón abierto y generoso” (DA 254).
3.
En la oración personal y comunitaria
La oración, alimentada por la Palabra y la
Eucaristía, es un medio imprescindible para cultivar la relación de profunda amistad
con Jesucristo.
4.
En la comunidad eclesial
Jesús está presente tanto “en medio de la comunidad
viva en la fe y en el amor” como en los Pastores que le
representan.
5.
En los testigos individuales y colectivos
-
Unos “dan testimonio de lucha por la justicia, por
la paz y el bien común”;
-
Otros son “todos
los acontecimientos de nuestros pueblos, que nos invitan a buscar un mundo más
justo y más fraterno, en toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen
y agobian” (DA 256).
6.
En los empobrecidos
A Cristo se le encuentra, de una manera
especial, en “los pobres, afligidos y
enfermos”. Son ellos los que, con mucha frecuencia, nos evangelizan. La
adhesión a Jesucristo “nos hace amigos de
los pobres y solidarios con su destino” (DA 257).
7.
En la piedad popular
En ella se “refleja
una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer”. Sus
expresiones, por ello, merecen nuestro respeto y cariño. Más aún, constituyen
un tesoro
que hay que promoverlo y protegerlo (cfr. DA
258).
Entre estos “lugares” de
encuentro con Jesucristo no hay oposición; todos son necesarios y complementarios; quien se encuentra con
Cristo en la Palabra, por ejemplo, se sentirá impulsado a buscarlo en los
pobres; y quién lo descubra en ellos, tratará de encontrarlo en la comunidad,
en la eucaristía, en la reconciliación, en los pastores, en la oración y en la
piedad popular. Lo importante es vivir cada uno de estos encuentros con
intensidad y alegría.
Nuestras parroquias y centros pastorales, por lo tanto, deben ofrecer a
todas las personas la posibilidad de encontrarse personalmente con Cristo, en
sus más variadas modalidades y espacios: Un “encuentro
con Jesucristo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor
misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida” (DA 336). Esta
experiencia debe ser tan profunda e intensa que les lleve a la conversión
personal y a un cambio integral de vida.
2. LA VIVENCIA COMUNITARIA
La fe cristiana si bien nace del encuentro personal con Cristo; sin
embargo, no se queda encerrada en el ámbito de lo privado o en la intimidad de
cada persona, como pretenden algunas ideologías. La fe en Cristo, necesariamente, se manifiesta en la comunidad. Por
ello, Jesús afirma que nos reconocerán como sus discípulos si nos amamos los
unos a los otros (cfr. Jn 13, 34). Y
es que sólo en la comunidad es donde podemos practicar la justicia, la
solidaridad, el amor, la misericordia y el perdón. “El discipulado y la misión, por lo tanto, siempre suponen la pertenencia a una comunidad” (DA 164).
En la cultura actual existe la gran tentación de ser cristianos sin
Iglesia. Por ello se fomentan tantas espiritualidades individualistas.
Sin la comunidad, nuestra fe corre el riesgo de desaparecer o de volverse
alienante y enfermiza. La masificación es muy peligrosa,
justamente, porque crea un ambiente sin rostro, sin presente ni futuro.
Recordemos que la fe nos llega a través de la comunidad. Es necesario, por
ello, fortalecer el sentido de pertenencia a una Iglesia concreta, en donde
podamos entrar en comunión con los Pastores (cfr. DA 156).
Entre los lugares para fomentar la comunión
eclesial, están las Diócesis, las parroquias, las Comunidades eclesiales de
base, las Pequeñas comunidades, las Asociaciones y los movimientos eclesiales.
Las Diócesis y las Parroquias, en este sentido, están llamadas a ser “casa
y escuela de comunión, de participación y solidaridad” (DA 167), un “lugar privilegiado en el que la mayoría de fieles tienen una
experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial” (DA 170).
En la comunidad, también, descubrimos y desarrollamos los diversos carismas personales que el Señor nos ha
concedido para beneficio de todos. “La
diversidad de carismas, ministerios y servicios, abre el horizonte para el
ejercicio cotidiano de la comunión… Cada bautizado, en efecto, es portador de
dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros,
a fin de fomentar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo”
(DA 162).
Una de las grandes tareas, por consiguiente, es crear o fortalecer
ambientes en donde todas las personas se sientan acogidas, valoradas y amadas
y, por lo mismo, corresponsables de la vida cristiana.
3. LA FORMACIÓN INTEGRAL
Cada día tomamos más conciencia de que los conocimientos que adquirimos
cuando nos preparamos para celebrar los sacramentos no son suficientes para
vivir como cristianos. Más de una vez, lamentablemente, nos contentamos con un
cristianismo de tradición familiar o de una simple costumbre social. Cuántas
veces nos parece ya mucho el que hayamos sido bautizados y vayamos a misa los
domingos. Pero las consecuencias ya
sabemos cuáles son: mediocridad, cansancio, falta de compromiso, fragilidad.
Estas realidades nos impulsan a buscar nuevos métodos y medios de enseñanza y aprendizaje. Un cristiano
que no continúe con su formación está condenado a repetir fórmulas vacías y a
perderse en sus propios errores. Esta constatación nos lleva a la convicción de
que “la vocación y el compromiso de ser
hoy discípulos y misioneros… requieren una clara y decidida opción por la
formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los
bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia” (DA 276).
Desde una visión integral de la
formación, comprobamos que no basta la educación científica y técnica. Es
necesario impulsar también una formación bíblica, litúrgica, socio-política,
entre otras. “La coherencia entre fe y vida, por ejemplo, en el ámbito político, económico y social exige la
formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina
social de la Iglesia” (DA 505).
La formación, igualmente, debe abarcar toda las dimensiones: humana y
comunitaria, espiritual, intelectual, pastoral y misionera (cfr. DA 280).
De la formación que se imparta depende la vitalidad de la Iglesia en el presente y el futuro. Recordemos,
además, que la formación es “permanente y dinámica, de acuerdo con el desarrollo de las personas
y al servicio que están llamadas a prestar, en medio de las exigencias de las
historia” (DA 279).
4. EL COMPROMISO MISIONERO
“Los
cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, forman el pueblo de
Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos
realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en el
Iglesia y en el mundo: Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y
hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”. Su misión propia y específica
se realiza en el mundo, de tal modo que con su testimonio y su actividad
contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras
justas según los criterios del Evangelio” (DA 209-210).
El encuentro con Cristo nos lleva a la comunión eclesial y ésta a la
misión. “El discípulo, a medida que
conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su
alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y
resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más
necesitados, en una palabra, a construir el
Reino de Dios” (DA 278 e).
Es muy alentador comprobar la presencia de muchísimos sacerdotes,
religiosas/os y laicas/os que, motivados por una espiritualidad muy clara y firme,
se entregan con toda su alma a testimoniar de Jesucristo, especialmente entre los más pobres, sin importarles
ninguna clase de obstáculos. “La vida se
acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho,
los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y
se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás” (DA 360).
Es muy importante, por ello, asumir la gran misión en todo el Continente americano y del Caribe. “La Iglesia necesita una fuerte conmoción
que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y la tibieza, al
margen del sufrimiento de los pobres del Continente” (DA 362). Cada Iglesia local “necesita
robustecer su conciencia misionera” que sea una Iglesia viva al servicio
del Reino. Por esencia como Iglesia somos misioneros hacia adentro como hacia
afuera. Una comunidad parroquial o movimiento que se encierre en sí mismo corre
el riesgo de perder el horizonte de su identidad y misión fundamental:
testimoniar de Cristo a todo el mundo. Por ello, “para no caer en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, debemos
formarnos como discípulos y misioneros sin fronteras, dispuesto a ir `a la otra
orilla´” (DA 376).
1.
Misión al interior de la Iglesia: Ser la
Iglesia de los pobres…
Esto implica salir de sus muros para ir al
encuentro de los bautizados alejados de Cristo y de la Iglesia e invitarlos a
volver. A este propósito, nos dice Pablo: “¿Cómo
van a invocar a aquel en quien no creen? Y ¿Cómo van a creer en él, si no les
ha sido anunciado? Y ¿Cómo va a ser anunciado, si nadie es enviado? Por eso
dice la escritura: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas
noticias!” (Rm10, 14-15).
-
Con
los bautizados activos, se
trata de ser una iglesia viva, activa, alegre, fraterna, solidaria.
-
Con
los bautizados ‘pasivos’,
se trata de despertarlos y ganarlos para ser esta Iglesia viva, alegre y
fraterna.
-
Con
los pobres y desde ellos,
se trata de ser la Iglesia de los pobres que soñó el papa Juan 23 en vísperas
del concilio Vaticano 2ª, tal como nos orienta el papa Francisco.
2.
Misión hacia afuera: (Ser la Iglesia de los pobres…) al servicio del Reino.
Como Iglesia universal y particular estamos
llamados a vivir y encarnar el evangelio en nuestra realidad social y cultural
para reconocer la presencia del Reino y hacerlo crecer:
-
En la
realidad social. El papa
Francisco nos urge denunciar un
sistema económico que califica de dictadura mortífera y sustituirlo por una organización social que tenga a los pobres
organizados como protagonistas del cambio necesario. Se trata de combatir lo
que destruye el Reino y fortalecer lo que lo construye.
-
En la
realidad cultural:
Construir la interculturalidad. Nos encontramos en una realidad local y
nacional rica de varias culturas, en particular la indígena y la
afro-ecuatoriana. En ellas está presente las ‘semillas del Verbo’ y los frutos
del Reino. Se trata que, conociéndonos y respetándonos como iguales, lo descubramos, purifiquemos, fortalezcamos y
celebremos.
3.
Las actitudes fundamentales del discípulo
misionero
Muchos documentos de la Iglesia, especialmente
el de Aparecida, insisten en tres actitudes o valores fundamentales
que deben acompañar a todo auténtico discípulo misionero: la pasión, la
creatividad y la audacia.
-
Pasión. La pasión brota del amor a Cristo, a la
Iglesia y al mundo. La pasión pone en el corazón el fuego de la ilusión, del
entusiasmo y de la esperanza. Este triple amor es el que nos impulsa a entregar
la vida con generosidad y alegría a la misión evangelizadora. Necesitamos, por
lo tanto, hombres y mujeres apasionados o enamorados del Reino de Dios, de la
Iglesia y de este mundo físico y cultural; de hermanos y hermanas convencidos,
intelectual y afectivamente, de que vale la pena entregar la vida a estas
causas. El fuego de la pasión será el que mantenga encendida la llama de la
alegría y de la esperanza en medio de tanto pesimismo, apatía y resignación.
-
Creatividad. La creatividad es la capacidad para afrontar los
desafíos sociales y eclesiales con nuevos métodos. La creatividad, por
supuesto, tiene como punto de partida el estudio y la investigación de nuestro
rico patrimonio evangelizador. No se trata de ser simples “copiadores” y
“consumidores” de modelos pastorales, que nacieron en otros contextos sociales
y eclesiales con el fin, justamente, de responder a los grandes desafíos del
momento. Estamos llamados a buscar otras formas de servicio más adecuadas a
nuestro medio cultural y eclesial. Necesitamos, por ejemplo, nuevos métodos
para la catequesis y la formación; nuevas propuestas para la misión en la
ciudad y en el campo; nuevos cantos para la liturgia; nuevas formas de
solidaridad entre los pobres. Es la hora, por lo tanto, de la creatividad y del
ingenio para diseñar “nuevos caminos” que nos conduzcan al corazón de cada
persona y cultura y que nos comuniquemos en su propio lenguaje.
-
Audacia. La audacia es la fuerza que nos pone en camino hacia
los demás; es la energía que nos desafía a abandonar nuestras comodidades y a
lanzarnos sin miedos ni prejuicios a un futuro lleno de esperanza, con la única
seguridad de que es el Espíritu Santo el que nos conduce hacia nuevos
horizontes geográficos y culturales. Ser audaces significa creer en Dios que
sigue confiando en nosotros, incluso en medio del silencio y de la noche de
nuestras vidas. Ser audaces también implica creer en nosotros mismos sin
desconocer nuestras limitaciones. Sólo los audaces son capaces de comenzar algo
nuevo, de emprender proyectos aparentemente irrealizables, para superar toda
clase de adversidades.
En conclusión, la misión
evangelizadora, además del encuentro con Cristo y de vivencia comunitaria,
dependerá de una sólida formación bíblico-doctrinal,
capaz de infundir en nosotros pasión, creatividad y audacia al servicio del Reino de Dios.
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Documento de
Aparecida. “5.4 Los
que han dejado la Iglesia para unirse a otros grupos religiosos.
226. Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:
a) La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia
debemos ofrecer a todos nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”,
una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el
testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal
y a un cambio de vida integral.
b) La vivencia comunitaria. Nuestros fieles
buscan comunidades cristianas, en donde sean acogidos fraternalmente y se
sientan valorados, visibles y eclesialmente incluidos. Es necesario que
nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y
corresponsables en su desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega
en y por la Iglesia.
c) La formación bíblico-doctrinal. Junto con una
fuerte experiencia religiosa y una destacada convivencia comunitaria, nuestros
fieles necesitan profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios y los
contenidos de la fe, ya que es la única manera de madurar su experiencia
religiosa. En este camino, acentuadamente vivencial y comunitario, la formación
doctrinal no se experimenta como un conocimiento teórico y frío, sino como una
herramienta fundamental y necesaria en el crecimiento espiritual, personal y
comunitario.
d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al
encuentro de los alejados, se interesa por su situación, a fin de reencantarlos
con la Iglesia e invitarlos a volver a ella.”
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